miércoles, 30 de noviembre de 2011

Riccardo Muti contra la degradación de la Italia de Berlusconi



Ya hace semanas que Silvio Berlusconi dejó de ser Primer Ministro de Italia. Si bien es cierto que su dimisión se debió principalmente a la crisis económica, lo cierto es que con Berlusconi en el poder Italia ha entrado en una crisis que afecta a muchos otros aspectos, entre ellos la cultura. 
Recomiendo vivamente este vídeo en el que el director Riccardo Muti pide al público que se una a los actores en el canto del aria  'Va pensiero' de la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi, de gran significado para el pueblo italiano, para denunciar la degradación de la cultura de la Italia de 'il Cavaliere', presente en la función. 
Para conocer el significado del 'Va pensiero' y la historia completa de los hechos, recomiendo leer la explicación que se da abajo del vídeo. Se trata de un vídeo emocionantísimo, por el contenido y, como no, por la espectacularidad del coro de los esclavos.  Disfrutadlo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Animales políticos

(Quinto y último ensayo para la asignatura "Claves del pensamiento actual". Realizado junto con Francisco Chiriboga)

 La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Winston Churchill
Ante la proximidad de la fecha de las elecciones generales del próximo 20 de noviembre vuelve a la primera línea de fuego de la opinión pública y publicada el debate sobre la participación electoral de los ciudadanos. En ese sentido, podemos observar cómo en los últimos años ha ido creciendo cada vez más la abstención en las convocatorias a las urnas, síntoma inequívoco de una creciente desafección con la clase política. Una clase política que parece haberse distanciado a años luz de su cometido, que no es otro que el de servir al interés de los ciudadanos, para centrarse, por el contrario, en sus intereses propios.
Sin embargo, si bien la abstención es un medio perfectamente legítimo a la hora de expresar disconformidad, lo cierto es que aquellos que creemos en la democracia debemos considerar unas elecciones como el acto supremo del sistema democrático. Este sistema no se entiende sin el ejercicio personal del derecho a voto y en el momento en que decidimos no ejercerlo estamos poniendo en entredicho nuestra identificación y nuestro compromiso con el mismo. Es más, la democracia misma nos ofrece mecanismos para expresar la disconformidad sin tener que renunciar por ello a la participación en los comicios, a través del voto nulo y, sobre todo, del voto en blanco.
Ciertamente, es difícil decantarse por una opción o la otra cuando ninguna es buena. “Tal vez convenga no ir a votar”, podemos pensar, ya que si no estamos de acuerdo con ninguna de las propuestas de los partidos que se presentan, mejor quedarse en casa y hacer el papel de meros espectadores. Pero no ir a votar es, simple y llanamente, una irresponsabilidad, pues si tenemos la capacidad legal para ejercer el voto es porque la sociedad cuenta con nuestro criterio para participar en la vida política, porque somos parte de un conjunto del que no podemos desprendernos y actuar al margen de él. En nuestro ordenamiento se configura el ejercicio del voto como un derecho para la persona, como una facultad legal; no obstante, deberíamos plantear la recurrente cuestión de considerarlo, más allá de esto, como una verdadera obligación moral: es moralmente un deber que tenemos para con la sociedad en la que vivimos que nos interpela sobre la cuestión de quién queremos que nos gobierne. Luego, si uno u otro gobierno no acierta en su gobierno no tendremos autoridad moral para criticarlo. Pues hemos dejado pasar nuestra oportunidad para influir en el curso político.
Hace pocos días, la política Rosa Díez impartió una conferencia en uno de los colegios mayores de la universidad. Lo más interesante de lo que en ella se habló no fue el programa electoral de su partido ni las políticas que su grupo propone, con las que se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo. No. El mensaje más importante que lanzó es el de que en el sistema democrático en que vivimos nosotros, los ciudadanos, somos, en palabras textuales, los “jefes” del sistema. Puede parecer una reflexión idealista y alejada de la realidad, pero lo cierto es que si la ciudadanía interioriza este mensaje, nos daremos cuenta de que nuestra opinión, expresada en nuestro voto, es mucho más trascendente de lo que pueda parecer. De todos y cada uno de nosotros es la oportunidad de otorgar el poder a quien consideramos que lo merece, del mismo modo que podemos, en palabras de la candidata, echarlos cuando no cumplen con su cometido. Por ello es tan importante elegir a quien nos gobierna que no podemos dejar que la sociedad los elija por sí sola, debemos elegirlo nosotros. Hemos de plasmar nuestra voluntad por el medio que nos ha sido provisto (la participación electoral) y de esta forma ser decisivos en la gestión de la que luego seremos dependientes y a la vez juzgadores. Lo contrario sería irresponsable. Porque al final, como ya decía Aristóteles, el hombre es  un zóon politikon, un animal político, y como tal no puede desentenderse de la vida política.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un negocio funesto

(Cuarto ensayo para la asignatura "Claves del pensamiento actual")

Una vez más, para introducir el tema del que voy a hablar tengo que hablar de equipos deportivos y patrocinadores. Y es que hoy leo en el periódico que un equipo italiano de baloncesto ha renunciado a la importante suma de dinero que le ofrecía la página web ‘AshleyMadison.com’ para convertirse en su patrocinador. La web en cuestión se presenta como una “empresa de infidelidades”, y su actividad consiste en organizar citas “discretas” para personas casadas. A principios de temporada esta misma empresa intentó, también sin éxito, patrocinar a dos equipos punteros de la primera división española de fútbol. Ahora, igual que entonces, la noticia ha generado mucha polémica en la opinión pública.
   Esta noticia se encuadra en el contexto que se ha ido creando estos últimos años, en los que han proliferado los portales de agencias de citas y encuentros por Internet. Paralelamente, la irrupción de las redes sociales ha significado, aunque quizás de forma no muy extendida, otro medio virtual a través del cual algunos busquen pareja. En mi opinión, no creo que la mejor forma para conocer a una persona sea a través de un ordenador aunque puedo llegar a entender que determinadas empresas ofrezcan la posibilidad de encontrar a la “pareja perfecta” de uno mediante la red. Ahora bien, lo que de ninguna manera es concebible es que personas sin escrúpulos se atrevan a hacer negocio con algo tan grave y serio como es la infidelidad, y que encima lo anuncien como quien pretende vender unas pastillas para la tos.
La frivolidad con la que los responsables de esta empresa tratan a la infidelidad contrasta con la dureza que posee una situación de este tipo. No quiero entrar a hablar de la ética del adulterio, creo que basta con decir que es algo objetivamente detestable, independientemente de si se realiza en secreto o de si es descubierto por el cónyuge. Pero es que cuando se da este segundo supuesto se produce una situación todavía peor, la que afecta a la familia; y es que estos actos desembocan muchas veces en la ruptura de familias que quizás llevaban muchos años unidas. Por eso no deja de sorprenderme que alguien pueda vender como algo positivo un acto tan triste. En ese sentido, lo que más me impactó fue uno de los eslóganes de la campaña publicitaria de dicha empresa: “Papá, ¿por qué engañas a mamá?”. En fin...
Leo también en la misma noticia que el servicio en cuestión se dirige, sobretodo a los hombres, y a ellos va destinada toda la publicidad que se emite. Ese es otro punto que me llama la atención. Seguramente las estadísticas dicen que hay muchos más hombres infieles que mujeres, pero lo que no entiendo es cómo esta empresa vende la infidelidad como algo a lo que los hombres no podemos resistirnos, es más, como algo que nos divierte y necesitamos (“La vida es corta. Ten una aventura!”, reza otro eslogan). En ese sentido, creo que tenemos la oportunidad de rebelarnos en cierto modo. Porque, al menos a mí, me fastidia que nos traten como a animales en celo, que somos incapaces de controlar los sentidos. Ante cosas como estas es un buen momento, creo, para reivindicar el valor del compromiso y de la fidelidad que tenemos cuando nos comprometemos con una persona. 
Con todo, celebro que los equipos a los que se les ofreció la posibilidad de ser patrocinados por esta gente la rechazaran. Bueno, celebro que la rechazaran por cuestiones éticas, porque hubo quien no aceptó alegando que no le satisfacía la oferta económica. Para pensar. 

Usar y tirar

(Tercer ensayo para la asignatura "Claves del pensamiento actual")


La semana pasada, muy poco antes de la muerte de su fundador, Steve Jobs, Apple presentó su nuevo iPhone, del que hasta ese momento se desconocían las características, pero cuyo lanzamiento había levantado una expectación mediática mundial del todo inusual. Se había especulado, es más, se esperaba que el nuevo producto fuese el iPhone 5, del que se decía que iba a superar en todo a los modelos anteriores. Sin embargo, el producto que finalmente presentó la compañía de la manzana no fue el  esperado iPhone 5, sino el que han bautizado como iPhone 4S. Leyendo los titulares de la prensa de esos días (y también escuchando a algún conocido) comprobé, incrédulo, que en todas partes se tildaba al hecho de “gran decepción”, de “chasco” e incluso de “tomadura  de pelo”.
Sinceramente, no tengo ni la más remota idea de qué diferencias existen entre uno y otro ni de qué implica que al iPhone se le “apellide” 5 o 4S. No entiendo, en definitiva, los detalles técnicos o tecnológicos de los dos modelos, pero creo saber lo suficiente como para decir que un iPhone ya en su versión más primitiva ofrece todo lo imaginable y mucho más. Por eso me pareció muy interesante la pregunta retórica que lanzó un buen amigo mío al escuchar alguna de las críticas lanzadas contra el nuevo 4S: “pero la gente ¿qué más espera?”. Creo que esta interrogación es muy acertada e invita a reflexionar ya no solo sobre el caso concreto del que he hablado, sino que se extiende a una infinitud de casos distintos con un común denominador: el consumismo compulsivo existente en la sociedad actual.
Sin embargo, no quiero referirme al consumismo en su sentido estricto, como el mero gastar y consumir, sino al consumismo entendido como ese afán cada vez más extendido de tener constantemente lo más novedoso, lo último que ha salido al mercado. Y es que lejos quedan aquellos días en que comprábamos un móvil, unos zapatos o un mp3 con el objetivo de que durase tres, cuatro o más años. En su lugar, hemos implantado la obligación de lo efímero, de la renovación constante. De la supuesta necesidad, en fin, de cambiar cada poquísimo tiempo lo que tenemos por aquello otro a la última moda. Esto pasa, como digo, referido a muchos objetos materiales de tipos muy diversos, pero me centro en las nuevas tecnologías porque en los últimos años es donde se ha acentuado más esta tendencia.
Ojo; no hay que confundir: los críticos con este hábito del consumismo modelo kleenex no somos una especie de amish que rechazan y tienen miedo de cualquier avance tecnológico. Nada más lejos de la realidad, todos nos beneficiamos de éstos y de las infinitas ventajas que ofrecen. No pongo en duda que el smart phone es el invento más importante de las últimas décadas. No dudo de que alguien como Steve Jobs ha aportado a la sociedad algo que solo está al alcance de grandes figuras históricas. No obstante, una cosa es utilizar las nuevas tecnologías con el fin de mejorar nuestras condiciones de vida y otra muy distinta es el tener que estar constantemente comprando la última novedad del mercado para volver a cambiarla al poco tiempo como si se tratara de una de esas “antiguas” cámaras de usar y tirar. Con todo, ya no se trata de que lo que tenemos sea útil y práctico, sino que además tiene que ser lo último que la empresa de turno ha puesto a la venta. ¿Que ha salido la nueva Blackberry serie 98x? Pues tengo que renovar la Blackberry serie 97x que me compré hace medio año, que ya ha quedado obsoleta. Y así constantemente, en lo que parece ser una historia que nunca acaba, en la que queremos todo el rato más y más.
Es muy distinto, en definitiva, el beneficiarse de un producto que nos aporta más ventajas pero con vocación de una cierta permanencia, que el no conformarse nunca con lo que se tiene, no se sabe bien si por una necesidad de querer destacar o bien de no quedarse atrás en una sociedad en la que a alguien con un Nokia se le mira con una mezcla de reprobación y de compasión. 

Cultura del esfuerzo

(2º ensayo para la asignatura "Claves del pensamiento actual")
Hace pocos días, el presidente de Mercadona, Juan Roig, presentó la nueva camiseta que el equipo Valencia Basket, del cual es patrocinador, lucirá la presente temporada. Lo sorprendente del hecho es que en ella el nombre del sponsor ha sido sustituido, a instancias de Roig, por un simple enunciado: “La cultura del esfuerzo”.
Esfuerzo. A día de hoy, es casi inevitable oír esta palabra sin asociarla a la gente joven. Y es que muchas de las abundantes críticas que en la actualidad se dirigen a los jóvenes se basan en que éstos rechazan todo aquello que conlleve precisamente esfuerzo, y en ello se incluyen valores y virtudes como el compromiso, el afán por aprender o el ejercicio de asumir responsabilidades. Una juventud que a raíz de acontecimientos recientes de distinta índole y en el contexto de la actual crisis económica, social y, por qué no, de valores, ha sido situada en los últimos meses en el foco de todas las miradas a la vez que ha sido blanco de numerosos reproches.
Sin embargo, me da la impresión de que estas críticas suelen apuntar sistemáticamente a los propios jóvenes como responsables de esta grave carencia como si ésta hubiese surgido por arte de magia, exclusivamente por su culpa. Llegados a este punto, creo que cabe realizar un exhaustivo examen de conciencia, ya no solo por parte de aquellos a los que ahora se achacan estas deficiencias, la juventud, sino en primer lugar y sobre todo por parte de aquellos que integran la generación que les precede. Ellos son responsables de la creación y desarrollo de la nueva “hornada”  y, en consecuencia, suya es también la responsabilidad de dar buen cauce a la misma, dejando el terreno abonado para que de ella nazcan buenos frutos. Y observando la realidad, queda claro que en ese sentido algo (por no decir casi todo) ha fallado.
Es en este punto donde los llamados adultos deberían preguntarse: ¿qué hemos hecho mal? En el contexto en que se ha gestado esta generación de gente joven se observan una clara línea dominante: Los jóvenes venimos creciendo en un ambiente cuyo único protagonista es el hedonismo. Se ha creado un mundo en el que cualquier cosa que se quiere se consigue inmediatamente, con la consecuente y lógica pérdida del valor del trabajo y el sacrificio. Se ha reducido todo, en definitiva, a la ley del mínimo esfuerzo.  El articulista Antoni Puigverd ha resumido estas circunstancias en una expresión que, como suele decirse, da en el clavo: se trata del “nihilismo del caviar”[1]. Porque en el fondo, detrás de lo atractivo y lujoso de esta sociedad que hemos heredado se esconde un mundo en el que parece no haber ninguna meta a la que llegar.
Pero cuidado; los hay que se empeñan en dar por perdida a esta generación y con ello pregonan el hundimiento total de la sociedad. Estas voces pretenden englobar a toda la gente joven bajo la etiqueta de la llamada generación ni-ni. Pero lo cierto es que quien lanza este tipo de afirmaciones pasa por alto un hecho que cada vez son más los jóvenes que no se resigna ante este panorama. Son muchos los ejemplos que hoy encontramos de jóvenes emprendedores que lideran proyectos ambiciosos; jóvenes solidarios que quieren salir de sí mismos para darse a los demás. Hechos recientes y en apariencia totalmente antitéticos ejemplifican esta realidad: el movimiento 15-M y la Jornada Mundial de la Juventud. Más allá de cualquier valoración sobre su trasfondo ideológico, lo objetivo y evidente es que en ellos se han dado claros ejemplos de una juventud con capacidad de compromiso, con aspiraciones a liderar, con unos ideales en los que creer y a defender. En definitiva, gente joven que tiene inquietud por cambiar el estado de las cosas, por mejorar la sociedad. Precisamente ahí ponen su empeño y ahí fructifica su trabajo, fundamentado, por qué no, en la cultura del esfuerzo.


[1] Antoni Puigverd, “El nihilismo del caviar” en La Vanguardia, 31 de mayo de 2010.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Prólogo

Hacía mucho tiempo que tenía en mente la idea de iniciar mi propio blog. Sin embargo, la falta de tiempo, las dudas y sobretodo, por qué no decirlo, la pereza, han hecho que hasta ahora el la idea no se materializase. El empujón final ha venido provocado por el hecho de que en la asignatura "Claves del pensamiento actual" se nos pide realizar un blog en el que publiquemos los ensayos que realizamos durante el curso. Aquí encontraréis estos ensayos, pero más allá de eso, pretendo que el blog tenga continuidad, por lo que espero compartir reflexiones sobre temas diversos (actualidad, política, deporte) así como buenas recomendaciones musicales, literarias o cinematográficas. 
El título, "Tercer en discòrdia", es una declaración de intenciones, ya que lo que pretendo desde este pequeño rincón de la red es,  entre otras cosas, pensar y reflexionar sobre diversos temas desde un espíritu crítico, que creo que es el que hace falta hoy en día en la sociedad.

Som-hi doncs!!