miércoles, 16 de noviembre de 2011

Animales políticos

(Quinto y último ensayo para la asignatura "Claves del pensamiento actual". Realizado junto con Francisco Chiriboga)

 La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Winston Churchill
Ante la proximidad de la fecha de las elecciones generales del próximo 20 de noviembre vuelve a la primera línea de fuego de la opinión pública y publicada el debate sobre la participación electoral de los ciudadanos. En ese sentido, podemos observar cómo en los últimos años ha ido creciendo cada vez más la abstención en las convocatorias a las urnas, síntoma inequívoco de una creciente desafección con la clase política. Una clase política que parece haberse distanciado a años luz de su cometido, que no es otro que el de servir al interés de los ciudadanos, para centrarse, por el contrario, en sus intereses propios.
Sin embargo, si bien la abstención es un medio perfectamente legítimo a la hora de expresar disconformidad, lo cierto es que aquellos que creemos en la democracia debemos considerar unas elecciones como el acto supremo del sistema democrático. Este sistema no se entiende sin el ejercicio personal del derecho a voto y en el momento en que decidimos no ejercerlo estamos poniendo en entredicho nuestra identificación y nuestro compromiso con el mismo. Es más, la democracia misma nos ofrece mecanismos para expresar la disconformidad sin tener que renunciar por ello a la participación en los comicios, a través del voto nulo y, sobre todo, del voto en blanco.
Ciertamente, es difícil decantarse por una opción o la otra cuando ninguna es buena. “Tal vez convenga no ir a votar”, podemos pensar, ya que si no estamos de acuerdo con ninguna de las propuestas de los partidos que se presentan, mejor quedarse en casa y hacer el papel de meros espectadores. Pero no ir a votar es, simple y llanamente, una irresponsabilidad, pues si tenemos la capacidad legal para ejercer el voto es porque la sociedad cuenta con nuestro criterio para participar en la vida política, porque somos parte de un conjunto del que no podemos desprendernos y actuar al margen de él. En nuestro ordenamiento se configura el ejercicio del voto como un derecho para la persona, como una facultad legal; no obstante, deberíamos plantear la recurrente cuestión de considerarlo, más allá de esto, como una verdadera obligación moral: es moralmente un deber que tenemos para con la sociedad en la que vivimos que nos interpela sobre la cuestión de quién queremos que nos gobierne. Luego, si uno u otro gobierno no acierta en su gobierno no tendremos autoridad moral para criticarlo. Pues hemos dejado pasar nuestra oportunidad para influir en el curso político.
Hace pocos días, la política Rosa Díez impartió una conferencia en uno de los colegios mayores de la universidad. Lo más interesante de lo que en ella se habló no fue el programa electoral de su partido ni las políticas que su grupo propone, con las que se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo. No. El mensaje más importante que lanzó es el de que en el sistema democrático en que vivimos nosotros, los ciudadanos, somos, en palabras textuales, los “jefes” del sistema. Puede parecer una reflexión idealista y alejada de la realidad, pero lo cierto es que si la ciudadanía interioriza este mensaje, nos daremos cuenta de que nuestra opinión, expresada en nuestro voto, es mucho más trascendente de lo que pueda parecer. De todos y cada uno de nosotros es la oportunidad de otorgar el poder a quien consideramos que lo merece, del mismo modo que podemos, en palabras de la candidata, echarlos cuando no cumplen con su cometido. Por ello es tan importante elegir a quien nos gobierna que no podemos dejar que la sociedad los elija por sí sola, debemos elegirlo nosotros. Hemos de plasmar nuestra voluntad por el medio que nos ha sido provisto (la participación electoral) y de esta forma ser decisivos en la gestión de la que luego seremos dependientes y a la vez juzgadores. Lo contrario sería irresponsable. Porque al final, como ya decía Aristóteles, el hombre es  un zóon politikon, un animal político, y como tal no puede desentenderse de la vida política.

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