miércoles, 9 de noviembre de 2011

Usar y tirar

(Tercer ensayo para la asignatura "Claves del pensamiento actual")


La semana pasada, muy poco antes de la muerte de su fundador, Steve Jobs, Apple presentó su nuevo iPhone, del que hasta ese momento se desconocían las características, pero cuyo lanzamiento había levantado una expectación mediática mundial del todo inusual. Se había especulado, es más, se esperaba que el nuevo producto fuese el iPhone 5, del que se decía que iba a superar en todo a los modelos anteriores. Sin embargo, el producto que finalmente presentó la compañía de la manzana no fue el  esperado iPhone 5, sino el que han bautizado como iPhone 4S. Leyendo los titulares de la prensa de esos días (y también escuchando a algún conocido) comprobé, incrédulo, que en todas partes se tildaba al hecho de “gran decepción”, de “chasco” e incluso de “tomadura  de pelo”.
Sinceramente, no tengo ni la más remota idea de qué diferencias existen entre uno y otro ni de qué implica que al iPhone se le “apellide” 5 o 4S. No entiendo, en definitiva, los detalles técnicos o tecnológicos de los dos modelos, pero creo saber lo suficiente como para decir que un iPhone ya en su versión más primitiva ofrece todo lo imaginable y mucho más. Por eso me pareció muy interesante la pregunta retórica que lanzó un buen amigo mío al escuchar alguna de las críticas lanzadas contra el nuevo 4S: “pero la gente ¿qué más espera?”. Creo que esta interrogación es muy acertada e invita a reflexionar ya no solo sobre el caso concreto del que he hablado, sino que se extiende a una infinitud de casos distintos con un común denominador: el consumismo compulsivo existente en la sociedad actual.
Sin embargo, no quiero referirme al consumismo en su sentido estricto, como el mero gastar y consumir, sino al consumismo entendido como ese afán cada vez más extendido de tener constantemente lo más novedoso, lo último que ha salido al mercado. Y es que lejos quedan aquellos días en que comprábamos un móvil, unos zapatos o un mp3 con el objetivo de que durase tres, cuatro o más años. En su lugar, hemos implantado la obligación de lo efímero, de la renovación constante. De la supuesta necesidad, en fin, de cambiar cada poquísimo tiempo lo que tenemos por aquello otro a la última moda. Esto pasa, como digo, referido a muchos objetos materiales de tipos muy diversos, pero me centro en las nuevas tecnologías porque en los últimos años es donde se ha acentuado más esta tendencia.
Ojo; no hay que confundir: los críticos con este hábito del consumismo modelo kleenex no somos una especie de amish que rechazan y tienen miedo de cualquier avance tecnológico. Nada más lejos de la realidad, todos nos beneficiamos de éstos y de las infinitas ventajas que ofrecen. No pongo en duda que el smart phone es el invento más importante de las últimas décadas. No dudo de que alguien como Steve Jobs ha aportado a la sociedad algo que solo está al alcance de grandes figuras históricas. No obstante, una cosa es utilizar las nuevas tecnologías con el fin de mejorar nuestras condiciones de vida y otra muy distinta es el tener que estar constantemente comprando la última novedad del mercado para volver a cambiarla al poco tiempo como si se tratara de una de esas “antiguas” cámaras de usar y tirar. Con todo, ya no se trata de que lo que tenemos sea útil y práctico, sino que además tiene que ser lo último que la empresa de turno ha puesto a la venta. ¿Que ha salido la nueva Blackberry serie 98x? Pues tengo que renovar la Blackberry serie 97x que me compré hace medio año, que ya ha quedado obsoleta. Y así constantemente, en lo que parece ser una historia que nunca acaba, en la que queremos todo el rato más y más.
Es muy distinto, en definitiva, el beneficiarse de un producto que nos aporta más ventajas pero con vocación de una cierta permanencia, que el no conformarse nunca con lo que se tiene, no se sabe bien si por una necesidad de querer destacar o bien de no quedarse atrás en una sociedad en la que a alguien con un Nokia se le mira con una mezcla de reprobación y de compasión. 

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